lunes, 18 de diciembre de 2017

Casa de espanto (parte  III. El desenlace) 
Francisco Padrino  
Entonces, después de salir del carro y ver ese asombroso camino que habían hecho los árboles, fuimos hacia  la casa de espantos. Mi mamá dijo:
- Hijo, vamos a pedir ayuda en esta casa. Se vé muy bonita.
Sorprendido por la casa que parecía recién comprada, respondí:
- A esta casa no debemos entrar, mamá. ¿No ves algo sospechoso? Cuando estábamos en el carro no viste que un señor con la cara blanca congeló a mi papá?
Mi mamá:
-¡entraremos  a esta casa y punto!
- ¡Pero mamá, podemos caminar hasta nuestra casa!, dijo Francisco
 - No hijo, las piernas me duelen tanto, tengo escalofrío y no puedo caminar más
Vimos a mi papá ya descongelado, pero sus ojos eran rojos y su boca babeaba como un perro

Mi madre volvió a hablar. Dijo:
- ¡Ay hijo! ¡Vamos a entrar a esa casa ya!
Entramos, escuchamos los toques a  la puerta desesperados de mi papá y los gritos melancólicos de un bebé en el segundo piso de la casa. Subimos al cuarto que quedaba a mano izquierda. Vimos en una mesita de noche algunos muñecos que tenían lágrimas en sus ojos y semejaban a un muñeco budú. Un muñeco se aferraba a la cara de mi papá. Otro de los muñecos se parecía a mi mamá y un tercero a mí.
Fuimos a otro cuarto. Mi papá tocaba desesperadamente. Este cuarto estaba ordenado, limpio, como si nunca lo hubieran usado. Pasaron cinco minutos. Mi papá paró de tocar. Vimos por la ventana y estaba mi papá al lado del señor que lo había congelado...  

martes, 12 de diciembre de 2017


amigos y amigas, espero que estén bien, hoy les traigo un pequeño regalo por su apoyo al bloc tan grande. Todos los libros de virtual hero para descargarlos 100% gratis . espero que les guste esta saga de libros que todos deciarian tener pero el dinero no alcansa,


Aquí les dejo para descargar los tres libro:


Primer libro: http://www.mediafire.com/file/rhx67naed82ufzo/Libro_Virtual_Hero_1.docx

Segundo libro: http://www.mediafire.com/file/t3r44n1y09d3gx1/Virtual%20Hero%20II%20%5BPFF%5D.pdf

tercer libro: se las debo.

lunes, 11 de diciembre de 2017



Casa de espanto (Parte II) 
Por: Francisco Padrino Mavárez


Yendo de camino a mi casa, al llegar entré a mi cuarto, traté de entender lo que había pasado en esa casa espantosa. Fui a la sala y busqué a mi papá. Traté de explicarle lo que había sucedido, pero como siempre no me creyó y pensó que yo tenía una gran fantasía o imaginación para explicar tales sucesos. Salí de mi casa y me dirigí al árbol más cercano: estaba frente a mi casa. Me senté e inmediatamente escucho de la horrible casa de espanto un grito desesperado. Creí que se trataba de una mujer pidiendo ayuda. Mi papá  y mi mamá que estaban trabajando en la casa escucharon aquellos gritos. Fueron a atenderme porque suponían que tales gritos eran míos. Yo les dije cuando me fueron a atender que los gritos provenían de la casa terrorífica. Mis padres, viendo la situación del caso, me regañaron porque creyeron que estaba mintiendo y como  casi nunca jugaban conmigo pensaron que era por celos del trabajo de sus padres.
Fuimos en el carro para el centro comercial en el carro. 50 metros adelante el carro se desvió y chocó contra un poste. Mi papá dijo:
-¿Cómo  haremos con el carro? Y el poste se escrutó en el motor 
Mi mamá dijo:
- Negro, intenta arreglar lo que puedas antes de que oscurezca para poder ir al centro comercial
Unos metros adelante vimos a un señor como si tuviese mil brazos. Su cara estaba como tapada con un pañuelo blanco y pantalones formales como si fuese a una ceremonia de matrimonio o algo así.
Mi papá dijo:
- Ey! hombre! ¿nos puedes ayudar? que el poste se incrustó dentro del motor, si no es mucha molestia
El señor se quitó el pañuelo blanco que tenía en la cabeza. No sé qué fue lo que vimos. Mi papá quedó congelado. Inmediatamente el señor desapareció y se escuchó que las puertas de la casa se cerraban. Yo sabía que esa casa diabólica y de espantos tenía que ver con todo esto.

Cinco minutos después...
Le dije a mi mamá dentro del carro:
- Mamá, ¿por qué no salimos del carro?
Mi mamá inmediatamente me dijo:
- Sí hijo, vamos a salir rápido
Pero cuando salimos vimos que los árboles se abrían y hacían un camino hacia esa casa. En la otra entrega explicaré qué exactamente se vio en la casa de los espantos. 
Imagen relacionada



LA GALLINA DEGOLLADA



Imagen relacionada




         Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta. El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
         Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
         El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
         Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
         Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
         Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
         El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
         —A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.
         Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
         —¡Sí...! ¡sí...! —asentía Mazzini—. Pero dígame; ¿Usted cree que es herencia, que...?
         —En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.
         Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
         Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.
         Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
         Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
         Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
         No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
         Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
         —Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos— que podrías tener más limpios a los muchachos.
         Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
         —Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
         Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
         —De nuestros hijos, ¿me parece?
         —Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
         Esta vez Mazzini se expresó claramente:
         —¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
         —¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo...! ¡No faltaba más...! —murmuró.
         —¿Qué, no faltaba más?
         —¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
         Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
         —¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
         —Como quieras; pero si quieres decir...
         —¡Berta!
         —¡Como quieras!
         Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
         Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
         Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.
         No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
         Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.
         De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
         Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
         —¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
         —Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
         Ella se sonrió, desdeñosa:
         —¡No, no te creo tanto!
         —Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
         —¡Qué! ¿Qué dijiste...?
         —¡Nada!
         —Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
         Mazzini se puso pálido.
         —¡Al fin!— murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
         —¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
         Mazzini explotó a su vez.
         —¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
         Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.
         Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
         A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
         El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
         —¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
         Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
         —¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
         Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
         Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse en seguida a casa.
         Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
         De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
         Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
         Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
         —¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
         —¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
         —Mamá, ¡ay! Ma...
         No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
         Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
         —Me parece que te llama —le dijo a Berta.
         Prestaron oído inquietos pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
         —¡Bertita!
         Nadie respondió.
         —¡Bertita! —alzó mas la voz ya alterada.
         Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
         —¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
         Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso conteniéndola:
         —¡No entres! ¡No entres!
         Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
año del cuento: (Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917).
autorHoracio Quiroga.
nonbre del cuento: LA GALLINA DEGOLLADA.
¿qué me gusto del cuento?: Me gustó los intentos de los padres por tener hijos 

LA LLamada de lo salvaje
 ¿De qué trata la novela?
Buck, principal personaje del libro, está basado en un cruce de perro entre san bernado y collio que perteneció al Marshall Latham Bond y su hermano Louis, hijos del juez Hiram Bond, que fue inversor minero, empaquetador de fruta y banquero en Santa Clara. Los Bond fueron los caseros de Jack London durante el otoño de 1897 y la primavera de 1898, el año principal de la Fiebre del Oro en el Klondike. London y los Bond han dejado registros de que el perro fue utilizado por el escritor para cumplir encargos de los Bond y otros clientes suyos (Dyer, 1997). Los escritos del Marshall Latham Bond están en la Colección Histórica de la Universidad de Yale.

 ¿qué más me gustó del libro?
los lobos teriers.
por: Francisco Mavárez.

año del libro: 1903.

autor: jack london.
editorial:loada.





NOCHES BLANCAS 



¿De qué trata la Novela?
Resultado de imagen para noches blancas fiodor dostoievskiDe que Como en muchas de las obras del autor, la obra está narrada en primera persona por un narrador sin nombre. El protagonista es el arquetipo del joven soñador y solitario e imagina constantemente su vejez solitaria. Durante uno de sus largos y cotidianos paseos por las calles de San Petersburgo se encuentra con una joven, Nástenka. Hasta entonces, éste nunca había hablado con mujeres y mucho menos se había enamorado, pero hay algo de ella que le hechiza. El relato está estructurado durante cuatro noches y una mañana.

Esta novela me parece interesante para aquellos lectores aficionados a la lectura porque este libro ofrece suspenso y una historia amor 



¿Qué me gustó de la novela?
La segunda noche
En su segundo encuentro, Nástenka se presenta y los dos se hacen amigos al contarse las historias de sus vidas. el narrador da una grandilocuente charla sobre la soledad y la felicidad de haber encontrado compañía, lo cual lleva a Nástenka a comentar '...habla usted como si leyera de un libro'. Al final de su conmovedor discurso, Nástenka le asegura que será su amiga.
por:Francisco Padrino Mavárez.

personajes principales: Nástenka, El prometido de Nástenka y El narrador

Año del libro:1.848

edicciones:Mestas

autor: fiodor dostoievski




JudyMoody 
la vuelta al mundo en ocho dias y medio

Imagen relacionada
¿Qué me gustó de la historia?
Que esta historia o cuento  corto da ilución a la realidad.
¿De qué trata este libro?

trata de qué JudyMoody  conoce a una niña que se llama AMY NAMEY   que era socia del club
 mi nombre es un poema y tenia un muro de chicle en california{ la coleción mas grande del mundo}.
Es tas dos niñas  se hacen amigas tras el odio que tenia judy por amy y los celos.
judy era igual a amy y por eso tanbien ese odio celoso aunque lo que le decian sus amigos era por lo mismo que los demas.
se vuelven amigas cuando amy le va a preguntar su nombre y le dice  que su nombre rima{judyMoody ,amy namey}.

personajes: Judy Moody,La mama de judy el papa de judy,frank,stink,rocky y amy namey. 

por:Francisco padrino.

año del libro:El libro se terminó de inprimir en el mes de junio del 2013.
  
editorial:Alfaguara infantil.

autora:megan mcDonald
Imagen relacionada
























Casa de espanto (parte  III. El desenlace)  Francisco Padrino   Entonces, después de salir del carro y ver ese asombroso camino que habían...