miércoles, 18 de enero de 2017

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Las medias de los flamencos

Horacio Quiroga




Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarĂ©s, para adornarse bien, se habĂ­an puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habĂ­an pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneĂ¡ndose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del rĂ­o, los pescados les gritaban haciĂ©ndoles burla.
Las ranas se habĂ­an perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. AdemĂ¡s, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciĂ©rnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosĂ­simas eran las vĂ­boras. Todas, sin excepciĂ³n, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada vĂ­bora. Las vĂ­boras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararĂ¡s, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque asĂ­ es el color de las yararĂ¡s.
Y las mĂ¡s esplĂ©ndidas de todas eran las vĂ­boras de coral, que estabanvestidas con larguĂ­simas gasas rojas, blancas y negras, y bailabancomo serpentinas. Cuando las vĂ­boras danzaban y daban vueltasapoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudĂ­ancomo locos.

Solo los flamencos, que entonces tenĂ­an las patas blancas, y tienenahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, solo los flamencosestaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia nohabĂ­an sabido cĂ³mo adornarse. Envidiaban el traje de todos, ysobre todo el de las vĂ­boras de coral. Cada vez que una vĂ­borapasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular lasgasas de serpentinas, los flamencos se morĂ­an de envidia.

Un flamenco dijo entonces:

-Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas,blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar denosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron agolpear en un almacén del pueblo.
-¡Tan-tan! -pegaron con las patas.
-¿QuiĂ©n es? -respondiĂ³ el almacenero.
-Somos los flamencos. ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
-No, no hay -contestĂ³ el almacenero-. ¿EstĂ¡n locos? En ningunaparte van a encontrar medias asĂ­.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestĂ³:
-¿CĂ³mo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias asĂ­ enninguna parte. Ustedes estĂ¡n locos. ¿QuiĂ©nes son?
-Somos los flamencos -respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
-Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritĂ³:
-¿De quĂ© color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pĂ¡jaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias asĂ­. ¡VĂ¡yanse enseguida!
Y el hombre los echĂ³ con la escoba.
Los flamencos recorrieron asĂ­ todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatĂº, que habĂ­a ido a tomar agua al rĂ­o, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciĂ©ndoles un gran saludo:
-¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sĂ© lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias asĂ­ en ningĂºn almacĂ©n. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrĂ¡n que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias asĂ­. PĂ­danselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
-¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las vĂ­boras, y si nos ponemos esas medias, las vĂ­boras de coral se van a enamorar de nosotros.
-¡Con mucho gusto! -respondiĂ³ la lechuza-. Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejĂ³ solos a los flamencos; y al rato volviĂ³ con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de vĂ­boras de coral, lindĂ­simos cueros reciĂ©n sacados a las vĂ­boras que la lechuza habĂ­a cazado.
-AquĂ­ estĂ¡n las medias -les dijo la lechuza-. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
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Cuando vieron a los flamencos con sus hermosĂ­simas medias, todos les tuvieron envidia. Las vĂ­boras querĂ­an bailar con ellos, Ăºnicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las vĂ­boras no podĂ­an ver bien de quĂ© estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las vĂ­boras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las vĂ­boras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban tambiĂ©n tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las vĂ­boras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadĂ­simos y ya no podĂ­an mĂ¡s.
Las vĂ­boras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto despuĂ©s, un flamenco, que ya no podĂ­a mĂ¡s, tropezĂ³ con el cigarro de un yacarĂ©, se tambaleĂ³ y cayĂ³ de costado. Enseguida las vĂ­boras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron quĂ© eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyĂ³ desde la otra orilla del ParanĂ¡.
-¡No son medias! -gritaron las vĂ­boras-. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de vĂ­boras de coral!
Al oĂ­r esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las vĂ­boras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscĂ¡ndose en sus patas les deshicieron a mordiscos las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordĂ­an tambiĂ©n las patas, para que murieran.
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Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las vĂ­boras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las vĂ­boras los dejaron libres, cansadas y arreglĂ¡ndose las gasas de sus trajes de baile.
AdemĂ¡s, las vĂ­boras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las vĂ­boras de coral que los habĂ­an mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandĂ­simo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las vĂ­boras. Pasaron dĂ­as y dĂ­as y siempre sentĂ­an terrible ardor en las patas, y las tenĂ­an siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchĂ­simo tiempo. Y ahora todavĂ­a estĂ¡n los flamencos casi todo el dĂ­a con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cĂ³mo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan asĂ­ horas enteras, porque no pueden estirarla.
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Esta es la historia de los flamencos, que antes tenĂ­an las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por quĂ© es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasiĂ³n de vengarse, comiendo a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.


FIN

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