Las medias de los flamencos
Horacio Quiroga
Cierta vez las vĂboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarĂ©s y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del rĂo los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudĂan con la cola.
Los yacarĂ©s, para adornarse bien, se habĂan puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habĂan pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneĂ¡ndose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del rĂo, los pescados les gritaban haciĂ©ndoles burla.
Las ranas se habĂan perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. AdemĂ¡s, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciĂ©rnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosĂsimas eran las vĂboras. Todas, sin excepciĂ³n, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada vĂbora. Las vĂboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararĂ¡s, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque asĂ es el color de las yararĂ¡s.
Y las mĂ¡s esplĂ©ndidas de todas eran las vĂboras de coral, que estabanvestidas con larguĂsimas gasas rojas, blancas y negras, y bailabancomo serpentinas. Cuando las vĂboras danzaban y daban vueltasapoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudĂancomo locos.
Un flamenco dijo entonces:
-Yo sĂ© lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas,blancas y negras, y las vĂboras de coral se van a enamorar denosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el rĂo y fueron agolpear en un almacĂ©n del pueblo.
-¡Tan-tan! -pegaron con las patas.
-¿QuiĂ©n es? -respondiĂ³ el almacenero.
-Somos los flamencos. ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
-No, no hay -contestĂ³ el almacenero-. ¿EstĂ¡n locos? En ningunaparte van a encontrar medias asĂ.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestĂ³:
-¿CĂ³mo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias asĂ enninguna parte. Ustedes estĂ¡n locos. ¿QuiĂ©nes son?
-Somos los flamencos -respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
-Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritĂ³:
-¿De quĂ© color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pĂ¡jaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias asĂ. ¡VĂ¡yanse enseguida!
Y el hombre los echĂ³ con la escoba.
Los flamencos recorrieron asĂ todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatĂº, que habĂa ido a tomar agua al rĂo, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciĂ©ndoles un gran saludo:
-¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sĂ© lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias asĂ en ningĂºn almacĂ©n. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrĂ¡n que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias asĂ. PĂdanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
-¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las vĂboras, y si nos ponemos esas medias, las vĂboras de coral se van a enamorar de nosotros.
-¡Con mucho gusto! -respondiĂ³ la lechuza-. Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejĂ³ solos a los flamencos; y al rato volviĂ³ con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de vĂboras de coral, lindĂsimos cueros reciĂ©n sacados a las vĂboras que la lechuza habĂa cazado.
-AquĂ estĂ¡n las medias -les dijo la lechuza-. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendĂan bien quĂ© gran peligro habĂa para ellos en eso, y locos de alegrĂa se pusieron los cueros de las vĂboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.


Cuando vieron a los flamencos con sus hermosĂsimas medias, todos les tuvieron envidia. Las vĂboras querĂan bailar con ellos, Ăºnicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las vĂboras no podĂan ver bien de quĂ© estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las vĂboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las vĂboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban tambiĂ©n tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las vĂboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadĂsimos y ya no podĂan mĂ¡s.
Las vĂboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto despuĂ©s, un flamenco, que ya no podĂa mĂ¡s, tropezĂ³ con el cigarro de un yacarĂ©, se tambaleĂ³ y cayĂ³ de costado. Enseguida las vĂboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron quĂ© eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyĂ³ desde la otra orilla del ParanĂ¡.
-¡No son medias! -gritaron las vĂboras-. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de vĂboras de coral!
Al oĂr esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las vĂboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscĂ¡ndose en sus patas les deshicieron a mordiscos las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordĂan tambiĂ©n las patas, para que murieran.

AdemĂ¡s, las vĂboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las vĂboras de coral que los habĂan mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandĂsimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las vĂboras. Pasaron dĂas y dĂas y siempre sentĂan terrible ardor en las patas, y las tenĂan siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchĂsimo tiempo. Y ahora todavĂa estĂ¡n los flamencos casi todo el dĂa con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cĂ³mo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan asĂ horas enteras, porque no pueden estirarla.

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